Cómo explicarle la vida en la tierra a un alien
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Es difícil explicar la depresión a alguien que nunca la ha sufrido. Es como explicarle la vida en la tierra a un alien, no hay puntos de referencia así que hay que recurrir a metáforas: – es como estar atrapado en un túnel – estás al fondo del océano – estás en llamas – pero la clave siempre es intensificar ese sentimiento por mil millones. La metáfora que mejor se me acomoda es: tienes las costillas rotas, te ves bien a simple vista, pero cada inhalación y exhalación duelen en lo más profundo.
El problema de la depresión es ese, es una enfermedad sin síntomas evidentes como: tos, vómito o fiebre. Es tan difícil de ver, que viene aderezada por la infinita culpa de no poder mostrar una enfermedad más “real” y por lo tanto seguir ocultándola hasta la peor de sus consecuencias. Porque la depresión deja de ser invisible en Medicina Legal, que cuenta en sus reportes que, durante el 2022 en Colombia, 1 de cada 10 muertes violentas fue un suicidio; por otro lado, la OMS reporta que a nivel mundial 700 mil personas se suicidan.
Y es que la depresión, al igual que varias enfermedades, no es selectiva con sus huéspedes. Le da a gente con plata, gente felizmente casada, gente que se gradúa, gente con buenos trabajos y gente con hijos que ama; gente que con lo mucho o poco que tiene, sigue sin entender porque todo el tiempo se siente tan miserable, y en ese afán de entender recurre a lo tradicional cuando uno está enfermo, los libros y los médicos.
Si uno va a los libros, encuentra que la depresión no es más que un ‘desbalance químico’ (definición soportada por un sinfín de estudios científicos) por lo que no es sorpresa que la solución médica más frecuente (y más simple) sea recetar medicamentos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Y no es que yo sea anti-pepas, más bien soy pro-lo-que-sea-que-sirva, pero los medicamentos siempre me han parecido un paño de agua tibia.
Quizá analizar una pequeña parte química del cerebro solo nos va a dar una respuesta parcial, quizá deberíamos estar revisando como vivimos, y cómo nuestras mentes no fueron precisamente diseñadas para las vidas que vivimos. Veo poco probable que el cerebro evolucione al mismo paso la civilización, y que los humanos del neolítico estuvieran condicionados para los constantes estímulos de Facebook, Twitter, Instagram o andar pendientes del trabajo en WhatsApp.
Quizá en vez de perseguir cambios tecnológicos a una velocidad exacerbada convirtiéndonos en ciborgs, podríamos permitirnos parar un segundo y revisar como estamos lidiando con un entorno donde un montón de cosas suceden al mismo tiempo y no se detiene un solo segundo. Y ya sé que suena todo muy hippie y muy zen, descartar los modernísimos estudios y los medicamentos para retomar lo esencial, pero es que así es como debe funcionar. La ciencia no se basa en una fe ciega, más bien en una duda continua.
La única forma en la que he podido sobrevivir ha sido experimentando nuevas y diversas formas de lidiar el alboroto de mi mente; el yoga fue útil por un tiempo, el ejercicio, los libros que siempre son sobre viajes, historias, y movimiento en general me ayudan a no permanecer estancada, etc. Supongo que hay que buscar una solución particular para cada uno, no rendirse si algo no sirve y seguir intentando, porque el asunto no está resuelto, y ante la ausencia de una certeza universal, somos nuestro mejor laboratorio.
*Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad exclusiva de los autores, y no representan el punto de vista ni la posición del Canal 1.