El costo de investigar el “milagro barranquillero”
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La campaña de difamación contra la periodista Laura Ardila, que comenzó tan pronto relató en El Espectador la censura de su libro La Costa Nostra, es una estridente evidencia del alto costo que paga quien se atreve a esculcar en el universo charista para contar con rigor los matices de Barranquilla y ese grupo político.
Equiparar La Costa Nostra con un instrumento propagandístico en contra de la familia Char y de otras mencionadas en el libro, además de irresponsable, es un disparate. Solo basta con leer las investigaciones de Laura —a quien conozco desde 2005 y con quien trabajé en La Silla Caribe—. Ella, especialmente durante la última década, le ha puesto lupa a poderosos de todas las corrientes y geografías, sorteando angustias e injurias, incluso impulsadas por periodistas tan cercanos al poder barranquillero que dejaron de escrutarlo hace años.
La decisión a última hora de Planeta de no publicar la historia de los Char y sus aliados no es un mero traspiés editorial porque, como bien lo ha dicho Laura en entrevistas recientes, cualquier persona que “no conozca a fondo la realidad democrática de Barranquilla” podría lamentar la censura sin considerar algo muy preocupante: “el silenciamiento del debate público”.
Y es que con el poder de los Char consolidado, en Barranquilla se volvieron costumbre muchos silencios, en gran medida por autocensura, presiones desde la Alcaldía, intereses económicos o una desbocada devoción ciudadana que va adquiriendo tintes autoritarios: si bien la gestión charista tiene mucho por mostrar y ha puesto una cuota alta en el renovado orgullo barranquillero, también es cierto que quien en voz alta cuestione la praxis de ese grupo y de sus megacontratistas (sobre todo los Daes) corre el riesgo de ser llamado “enemigo de la ciudad” y convertirse en diana constante de sus seguidores.
Además de la función de contrapoder, intrínseca al ejercicio periodístico, no son pocas las razones para escrutar la gestión charista, a la que le comenzaron a salir agujeros con las denuncias públicas de corrupción del ganadero Luis Guzmán Chams, en 2017, y la excongresista Aida Merlano, en 2020. Ambos relacionaron con coimas al exalcalde Alejandro Char, el rostro más popular del clan.
También aumentaron esas goteras con la crisis que desencadenó el coronavirus, la imputación de la Corte Suprema a Arturo Char y una camada de jóvenes con intenciones políticas, empeñados en que haya un relevo en la Alcaldía. Muchos militan en el Partido Verde y en el Pacto Histórico.
Publicar, por tanto, las luces y sombras del charismo y sus aliados es una afrenta para muchos; con esa hostilidad lidia el periodismo que no se somete ni se queda con versiones oficiales o glamorosas, que husmea por los caminos subterráneos. En últimas, campañas difamatorias como las que cada tanto activan contra Laura son el precio a pagar cuando el criterio periodístico no se canjea por pauta, sobres de dinero, viajes o regalos.
Y ante la difamación, más periodismo riguroso. Claudicar nunca ha sido ni será una opción.
*Cofundadora de La Contratopedia Caribe.
*Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad exclusiva de los autores, y no representan el punto de vista ni la posición del Canal 1.